lunes, 22 de marzo de 2010

Raro, raro, raro....


Hay cosas de este país a las que no me acostumbraré nunca. Por ejemplo, a sus extraños horarios. Mi marido pidió cita hace unos días con un especialista de rodilla y le dieron cita ayer a las 22h. Sí, a las 10 de la noche. Increíble. Pero no contentos con eso, hasta le hacen una resonancia magnética en el momento! Total, que salimos de la consulta del médico a eso de las 12 de la noche. Y todavía había más pacientes. Supongo que esta costumbre viene de antiguo, cuando no existía el aire acondicionado y se veían obligados a salir una vez se había puesto el sol. Pero ahora que hay aire acondicionado en todas partes, no tiene demasiada lógica, debe ser algo tan arraigado en ellos que continúan haciéndolo. No hay más que dejarse caer por cualquier centro comercial a las 12 de la noche para ver familias enteras (con niños e incluso bebés), haciendo la compra a esa hora. No me acostumbro.

Tampoco me acostumbro a la esclavitud a la que someten a los inmigrantes. No a nosotros, claro, los expatriados del mundo rico, sino a los bangladeshis, pakistaníes, filipinos.... Ayer, mientras mi marido se hacía la resonancia, estuve charlando con la enfermera, filipina. Después de la charla con ella, me prometí a mí misma no volver a quejarme nunca de la vida aquí. Resulta que esta pobre mujer, además de trabajar hasta la 1 e incluso 2 de la madrugada, vive en una casa donde, cuando entra el último, se cierra la puerta, por fuera evidentemente, y ya no pueden salir de nuevo hasta la mañana siguiente, por supuesto para ir a trabajar. Os lo podéis imaginar? Le pregunté, y qué pasa si hay un incendio? Y la pobre, muy segura, me respondió que abriría el de seguridad. Ja, en eso se va a molestar el de seguridad, en arriesgar su vida abriéndoos la puerta a vosotros si hay un incendio... Lo más sorprendente es que ella lo contaba con una sonrisa en la cara. Y aún así, tuvo ánimo de preguntarme a mí cómo me siento viviendo en este país. Pues mira, gracias a ti y a tu historia, me siento bien, muy bien, no puedo quejarme.

Tampoco me consigo acostumbrar a tener que calcular los rezos siempre que voy a salir de casa. Algo tan cotidiano como ir al supermercado es aquí una carrera de obstáculos. Primero comprobar los horarios de los rezos, luego calcular el tiempo que voy a tardar en hacer la compra; si es mucho hay que intentar que pille el rezo entre medias; el tercer paso es llamar al servicio de limusinas para ver si es hay coche disponibles para las horas que has elegido, aquí conviene cruzar los dedos porque si no hay, toca empezar de nuevo con los cálculos.... Total, que ir a hacer la compra es casi tan complicado como cuadrar la agenda del Presidente del Gobierno!

Tampoco me acostumbro a su "doble moral". Ayer por la tarde fuimos a cambiar el horario de unos billetes de avión a una oficina de Saudi Airlines. Mi marido se había puesto un pantalón corto (por la rodilla) porque, según él, era más cómodo para enseñarle la rodilla al médico (¿?). El caso es que llegamos a la oficina, donde nos encontramos con uno de los amigos españoles, aunque de origen marroquí. De repente, uno de los empleados de la compañía aérea comienza a decirle algo: que mi marido no va correctamente vestido y que no le va a atender así.... increíble, verdad? Pues así fue. Tuvimos que quedarnos fuera para que nos atendiera. Muy fuerte. Aunque por otro lado, debo decir que supone un pequeño alivio ver que la discriminación no es sólo para las mujeres...ya lo dice el refrán, mal de muchos, consuelo de pocos.

Tampoco me acostumbro a su costumbre, valga la redundancia, de echar una manta al suelo en cualquier parte y montar un picnic la familia al completo. Y cuando digo cualquier parte no me refiero a un parque, no, sino a la carretera, una escombrera...es algo que no puedo entender porque, para eso, no es mejor cenar en casa?

Y por último, tampoco me acostumbro a las sorprendidas miradas de los niños, especialmente de los más pequeños. Parece mentira que bebés de 2 o 3 años tengan ya la capacidad de ver como algo extraño que una mujer no lleve pañuelo en la cabeza cuando está en la calle. Debe ser un conocimiento adquirido, transmitido de madres a hijos a través del cordón umbilical.

Y, a pesar de todo, debo reconocer que estoy totalmente hecha a esta vida, a esta ciudad, a la falta de libertad, a las comodidades e incomodidades y reconozco que aquí, no se vive tan mal.

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